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Él preparaba cafés. Aunque sería mejor decir que dominaba el secreto de hacer un buen café. Sabía cómo le gustaba a cada cliente; grado de concentración, temperatura y cantidad de leche. Sin embargo, a ella le preparaba el mejor de todos, con espuma en lo alto y la cantidad suficiente de azúcar, aun cuando nunca le había especificado ese detalle. La dulzura era el territorio común en el que ambos se encontraban.
Lo considera mientras ella está en la cocina y él decidiendo si afeitarse. Frente al espejo del baño mira su rostro lleno de espuma y reproduce con lujuria cada momento de placer de la noche anterior, su barba recorriendo el cuerpo desnudo de ella.
Desde el otro lado de la cocina un estruendo de tazas rotas interrumpe el momento de excitación, y le trae de regreso a la realidad.