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Nada es más excitante que una buena conversación.
Él no tenía don de palabra, ni siquiera usaba un vocabulario amplio en sus conversaciones. Pero bastaba mirar dentro de sus ojos para encontrar su atractivo: bondad y dulzura.
Ella, en cambio, era todo lo contrario: habladora, conversadora, y entusiasta del hacer preguntas. Sin embargo, no por hablar mucho era menos profunda.
Los momentos mágicos de silencio compartido eran su territorio de encuentro.